En definitiva, el poder de esta avalancha devaluada está arrasando con todo lo que puedo aceptar. Esto y eso, lo de en medio, el camino, las personas; todo en declive sustancial.
Schopenhauer jamás entendió la magnitud de sus palabras.
Y a quiénes me dirijo. A dónde envío mis palabras. ¿A mí?, qué importa...
Soy un hipócrita e incongruente, un socialista de corazón como lo serían Fidel y Hugo. Un enemigo de mis palabras, eso soy, un idealista sin convicciones, menos peligroso en sentidos prácticos, que un terrorista medio-oriental (como si sólo ahí hubieran), pero más peligroso eso sí, en sentidos de desvida porque soy una bomba que implota, que se auto-consume. En mi irresponsabilidad radica el problema. Que no me confundan con el existencialista representado en las letras de Sartre. Yo no soy víctima, pero no creo ser el único que carga con esta culpa.
Es sólo que finalmente realicé y no digo descubrí porque ya lo sabía, sino únicamente realicé mis carencias y definí mis sobrancias. Como flor que nace para no ser vista, como lunas que nadie ve cuando duerme, como caminos que nadie caminará o que llevan a ningún lado. Algo así como los objetivos trazados para eso que nunca fue. La intención esta ahí, pero el sentido está perdido. Es costo, es inversión al aire.
No sé hablar más que conmigo y por eso escribo esto, porque al hablarme a mí a través de estas líneas, creo dejar algo que quizá alguien algún día lea. Espero que ese alguien entienda y tenga presente y claro que es a mí a quien hablo, y no a ella... o él... qué más da...
Es que a veces me siento a la sombra de mi sombra. Gorda y deforme, nocturna y constante, no se aparta de mí. Pero, ¿me sigue o yo la sigo a ella?... ya sabrás a donde quiero llegar con todo esto.
Sí: mañana me voy a pegar un tiro.
En la mente, no en la cabeza... que conste.