A veces me pregunto, perdido en las ideas de alguien sin ideas, si ella alguna vez se tomó la molestia de pensarme, de darme un rinconcito de su cabeza para revivirme entre sus recuerdos. A veces me miro al espejo y pienso en ella. Me restriego duro la cara, me estiro la cara, me sobo los pómulos, me esitro las orejas: pienso en ella.
Voy y me tiro a la calle, me disparo al trabajo. A veces me imagino regresando a su casa, a la casa de ella, en navidad, como si fuera la época más fértil para reencuentros. Me imagino llegar y tocar el timbre, esperar a verla aparecer en la ventanal junto a la puerta de entrada a su casa, pero su casa de antes, la casa que alberga aún mis sentimientos. Llego a la oficina y para variar voy tarde, pero mientras mis pasos marcan el ritmo de mi trayeto y se pelean con los segundos restantes de otro minuto, yo me realizo sentado en la mesa de su casa: ella viéndome, ella viéndome verla, yo viéndola verme.
Entro a la gran sala de reuniones, escucho a todos murmurar anunciando mi llegada tarde. Me siento, hago silencio. Me callo y entre tanto palabrerío e ideas para el plan del próximo año, yo me pierdo entre ideas de sueños de ilusiones.
Hace unos días le volví a hablar: “hubieras” por todos lados, seguidos por “huebiéramos” y “huebieran” en porciones medianamente similares. Ante esto uno generalmente toma una posición: yo estaba desarmado. Ya tengo corrupto el corazón de tanta pendejada tirándome trozos de emotividad y sexualidad en el camino.
Pude haber peleado más, pero finalmente me he rendido al crepitar renuente de la memoria. La imagino caminando de la mano de ese que le ganó el corazón, la imagino en algún parque, caminando, descaradamente, como si nada hubiera roto. Es que aunque reclame su garantía, ya no tengo algo que dar, sólo excusas.
Mientras no cambiés tu actitud... imbécil, las respuestas son cortas, breves y cortantes, frías para ser exactos. Algunas veces uno escribe por escribir, como algún tipo de remedio o placebo.
Me recuerda ella un par de demonios, ella y sus demonios y los míos, mis demonios y los de ella intersectándose. Uno no sabe pedir perdón finalmente, uno se salta a la parte que sigue, uno se salta a la parte que no duele tanto.
A veces pregunto por ella, en algún café, en alguna plaza, en algún bar nocturno, de esos que le sonríen a los patojitos bolos. Enciendo las luces de la incertidumbre y me río con la melancolía y la falta de excusas para dejar de preguntarme por ella.
Pregunto por ella...
Publicado por
Jorge+
el jueves, 31 de julio de 2008
Etiquetas:
cuento,
pensamiento
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