Al final de cuentas, la tranquilidad mental,
o sea, la conciencia tranquila, no radica
en lo que hacemos, sino en cómo nos sentimos
cuando hacemos eso que hacemos
(o dejamos de hacer).
o sea, la conciencia tranquila, no radica
en lo que hacemos, sino en cómo nos sentimos
cuando hacemos eso que hacemos
(o dejamos de hacer).
Llevo dos meses sin fumar, creo. Entro a este cuarto por momentos tan lleno y por ratos tan vacío. Tan inerte, tan incompleto; hay tan poco de mí entre estas cuatro paredes. Sin embargo, aunque me cuesta aceptarlo, hay mucho acá de todo eso que por tanto tiempo me he creído, de todo eso que según yo, soy yo.
Entro y esta vez no traigo un bolsón colgando de la espalda. No enciendo la luz, calculo que no será necesario. Camino. Me zafo el primer zapato y pongo el pie en el piso y al instante siento cómo el piso absorbe algo de mí. Lo sé, este cuarto me chupa la vida al primer contacto.
Me quito el segundo zapato y camino para sentarme en la cama. Ahora parezco un zombie: la mirada perdida, completamente callado, apenas me muevo, apenas parpadeo, apenas respiro.
Por un rato contemplo el vacío sólo para serciorarme que este espacio está así, completamente vacío. Me levanto, me saco la camisa del pantalón y me empiezo a desabrochar el cincho para poder librarme del pantalón. Recojo el pantalón triste y moribundo del suelo. Lo doblo. "Este me lo pongo pasado mañana", pienso.
Encima nada más que un suéter, sobre la camisa de vestir gris de manga larga. La corbata aún sigue en su intento por estrangularme. El calzoncillo blanco, McGregor (es cosa de hombres) brilla en la oscuridad, mientras todo lo demás son puras siluetas en medio de la nada oscura que es la noche.
Me acuesto. Miro el techo, deformo el techo, parto el techo, quemo el techo, derrito el techo, hago pica pica el techo. Suelto un pedo. Sonrío. Se me va media hora y yo, con los brazos bien abiertos, con las piernas peladas, en calzoncillo al aire y con la corbata aún puesta, en mi tarea horizontal de contemplar el cielo a través del techo. La luna, quiero pensar, hace lo mismo, tratando de verme a mí.
Me muevo de vez en cuando. Quiero creer que aún estoy vivo. Quiero creer que aún puedo moverme. Dios obra en formas misteriosas; yo simplemente duermo en calzoncillo.
1 comentarios:
Me a gustado este relato, tan sencillo y real...
Saludos, que estés bien
:)
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