y dejara de llorar
y dejara de sangrar por dentro
que dejara de vivir finalmente.
Y quisiera que él dejara de dibujar formas en la pared,
de lado,
de regreso,
de nada.
Quisiera que encontrara finalmente la puerta,
que encontrara el pasaje al vacío
que ya no se llena ni con suero, ni con papilla,
ni con helado de Guanaba.
Que sus movimientos descansaran,
que sus palabras ahogadas ya no fueran necesarias,
que su tos exhausta se apagara.
Quisiera que ambos tuvieran entera paz,
que fuesen premiados con el cese del tiempo,
que fuesen premiados con mil sonrisas brillando
mientras se apagan las luces.
Quisiera encontrar un día
nada más sus nombres pintados en acuarela
sobre sus lechos oxidados
sobre sus sombras ya borrosas.
Quisiera no la cura, mas el finiquito,
ya no dolor, mas ligeresa en sus cuerpos
para que extendiendo las alas,
se sentaran a esperar ya sin penas
ya sin dolor, ya sin prisas,
bajo el sol de la fe que les mantuvo vivos.
Y llegar y verlos mecerse,
como en tardes de viejos sábados ajenos
de Capulina y Cantinflas en la tele,
de caldo de pata para el almuerzo,
de risas bandidas y charlas con Dios,
ahí sentados a media luz,
renovándome las ganas con sus palabras.
Cómo quisiera que el llamado llegara,
que se agotara ya el cronómetro y dejar que todo pase
que los viejitos crucen de la mano el umbral de lo inevitable
y cerraran los ojos tranquilamente.
(A mis abuelitos,
dos grandes maestros,
dos bellas estrellas:
Sheny y Óscar)
dos grandes maestros,
dos bellas estrellas:
Sheny y Óscar)
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