Todos tenemos un cáncer
un cáncer microscópico,
en la sangre, en la savia,
detrás de los ojos, en las uñas,
en los dientes.
Todos cargamos el cáncer en la lengua.
Todos padecemos del cancerito recurrente,
del soberbio deseo,
de la corrupción de ideas,
de la inestabilidad de criterios,
de la poca honestidad en las acciones.
Todos llevamos un poquito de cáncer.
Todos salpicamos a veces también el cáncer,
lo hacemos gritar de espaldas,
sobre los hombros,
sobre las ganas.
Vamos con el cáncer en los filtros,
en los vidrios, en los plásticos.
Todos arrastramos un cáncer,
un cáncer cafeínico o tortillisquico,
un espinazo de cáncer y perturbación
en la mano.
Una pobreza desmedida,
una necesidad delatora.
Todos sufrimos de cáncer en el corazón,
bajamos las revoluciones, aumentamos los latidos,
damos vueltas al planeta,
nos contagiamos de más cánceres
nos deformamos las caras.
La mayoría merecemos el cáncer ese,
obedecemos nuestra intriga,
alimentamos nuestro morbo,
producimos y compramos drogas,
las consumimos.
Todos, todos tenemos cánceres.
Todos y los que no deberían...
los que se postran en la cama a esperar la muerte,
los que dejan la vida perdida en un par de fotos
para alimentar de vez en cuando el cáncer de alguien más
que revive su memoria,
para no morirse en el olvido.
(A mama Sheny)
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