Todos bajamos a las 10:00 de la mañana. Nos congregamos alrededor del cigarro, alrededor del tubito de papel con tabaco en el interior, a hablar de banalidades y problemas personales, simples o complejos, tristes o risibles. Nos juntamos como se juntan todos en todos los edificios de alrededor, de la zona, de la ciudad. No hay soluciones, no hay más que
jaloncitos de humo, suspiros, risas a medias, chistes que alimentan el morbo y la depravación colectiva. Hablamos de nada, mientras se consume y se chamusca el tabaco y el tubito contenedor. Hablamos en doble sentido, en triple sentido, en sentido inverso.
b)
Nos juntamos por el cigarro, nos quedamos por nosotros, terminamos y regresamos por nuestros problemas. Así se va el día. En el almuerzo se repite el mismo ritual y a media tarde y en el intermedio de las clases de la U y después de la última clase de la U y a media noche y entre la última clase de la U y la media noche, igual.
c)
El cigarro se vuelve para nosotros, jóvenes que nacieron en la década de los 80's, una excusa, una razón para amonitarnos, para sentarnos, para poner pausa a todo y reflexionar sobre el rumbo. Algunas veces para despertarnos del tedio existencial, otras sólo para mantenernos despiertos durante la jornada. Entiendo que un gran porcentaje de nosotros, jóvenes productos de una sociedad cuasi-demócrata, enmarcados en el contexto de un país "en vías de desarrollo", con libertad y paz, somos fumadores, más que todo, compulsivos.
d)
Acompañamos de cigarro cada momento: el desayuno, la refacción, el almuerzo, el descanso, las tareas, los proyectos, las celebraciones, el fiambre, los tamales, los abrazos, los besitos, el sexo, los lamentos, los funerales, las elecciones, los partidos de
fut... todo. Acá pareciera que todos fuman. Siempre hay alguien fumando o alguien que vende cigarros.
e)
No nos interesa mucho la marca, generalmente le entramos a lo que alcance: no somos mañosos. Mentolados,
light, mild, finos, caros, baratos, bambú, grama, monte, cualquier cosa. Sólo nos interesa fumar.
f)
Hemos vuelto los cigarros parte fundamental de la vida, de nuestra existencia metropolitana, citadina. No tenemos grandes penas, conflictos armados, revoluciones ni guerras mundiales. Conformamos una sociedad suspendida en el espacio, en el limbo, incompleta.
Lo sabemos, nosotros lo entendemos, por eso fumamos.
II
(¿Fumás?)
a)
Todos los días la misma historia: 10 o 20 correos electrónicos con diagramas, imágenes, esquemas e información de algún profesional en la materia, que me cuenta acerca de los daños que produce el cigarro al cuerpo. Me dan ganas de fumar. Sobre todo las fotos, me ponen nervioso, me alteran. Bajo al "cigarrette break" de media mañana. Mientras fumo, esta vez solo, recuerdo un poco la escena de hoy por la mañana antes de levantarme. Entra mi mamá al cuarto a despertarme porque ya es tarde. Encuentra sobre mi mesita de noche un encendedor:
- ¿Y vos por qué andas cargando un encendedor...?
- No es mío. Es de Carlos. Me lo prestó para quemarle los hilitos a mi pantalón. Como me lo cosieron le dejaron todos los hilitos colgando...
- Mmmmm... va levantate pues...
Así se van los días. Sospecho que ella sospecha que yo fumo. Es más, supongo que ella supone que yo fumo. Es más, sé que ella sabe que yo fumo. ¿Qué le queda?, creerme, hacerse la loca, tirarme indirectas, regañarme y escuchar la historia de cómo mi bufanda se impregnó de olor a chenca. Otros tienen mayor suerte y sus papás los quieren menos, les importan menos, o quizás tienen miedo, la cosa es que los dejan fumar. Con Carlos la cosa es un poco más distinta: su mamá lo deja fumar pero no quiere que ande
chupando porque por
bolo se murió su papá. Su papá, doctor reconocido, lo deja tomar, echarse las cervecitas cuando hay calor, o un
whiskey cuando hay frío. Eso sí, fumar no. Fumar hace más daño que ponerse
bolo. Con el
Kiwi la cosa es un poco más
abierta: vive sólo con su mamá, la mamá sabe que él fuma, la mamá fuma, entre ellos se dan y quitan cigarros.
b)
Yo fumo por inercia, porque el frío me provoca las ganas, porque me he engañado lo suficiente como para creer que el cigarro me ayuda a controlar un poco el estrés. Hago algo, fumo, pienso algo, fumo, creo algo, fumo, me río, fumo, lloro, fumo.
Todo se está íendo mucho a la mierda. Por estos días todo ha subido de volumen y me arde la piel al contacto con todo. Creo que me he venido deprimiendo.
Creo que nunca me había sentido tan solo.
- Vos,
Maco, te llama
Juanca... dice que tienen una reunión ahorita... que te apurés.
Doy un jalón fuerte, aclaro la garganta llena de toxinas, estrello la
chenca contra el suelo, me sobo la cara con las dos manos, inclino la cabeza a la izquierda, me trueno el cuello y regreso al 7° nivel del edificio. Se me había olvidado la reunión.
III
(Odio)
Odio el olor que deja el cigarro sobre la piel: es el olor de la culpa. No se vá ni aunque uno se lave las manos con jabón de olor, se eche loción o se tire un
pedo sobre sus propios dedos. No se quita.