Ciudad

Qué me une a esta ciudad. Qué es lo que me hace depender de ella, aguantarla por las mañanas, escucharla por las tardes, contemplarla por las noches. Qué es lo que tiene en sus vestidos cosmopolitas, eclécitos y contemporáneos sumergidos en historias de albañiles, cajeros de bancos, muchachas, chicleros, oficinistas mediocres, burocráticos lucrativos y gringos mochileros, esos vestidos que me hacen navegarla, atravesarla, recorrerla, encontrarla en fotografías publicitarias poco sutiles y algo vulgares.

Qué ha hecho esta ciudad para incrustarse en mi olfato con su variedad de aromas fétidos y el reducido aliento de los árboles en sus suspiros, entre el humo pestilente de un basurero convulsionando y el crujir dolido de las camionetas agonizando, entre el bramar de los conductores ebrios de rabia y la imprudencia de los transeuntes suicidas, todo una hecatombe de sensaciones y descorazonamiento colectivo.

Qué tengo entre la sien y la pupila que este montón de monumentos a la frialdad humana, este desborde de concreto y reducción de flores y sonrisas, todo este montón de bulla, representan más ahora que las letras pulidas del lenguaje del corazón plasmado en las hojas de un libro.

No hay peor maldición que ser un ciudadano, más allá de nombre, de corazón, tener el corazón en la ciudad y la ciudad en el corazón. Todo se muere en el concreto, en el calor que se levanta sobre los motores crepitantes y el hedor de sus escapes. Aquí ya no queda más qué hacer.

Ya soy una víctima más de la ciudad. Un alma resignada a ser intrascendente entre edificios y dentro de un carro a las 5 de la tarde en la cola de Vista Hermosa.

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