Confesión II

Siempre fui un suicida encubierto,
contemporáneo de los saltapuentes y los cortavenas,
perro lleno de rabia y deseos de guerra,
de olor a pólvora en los dientes:
corazón vacío
silencio pronunciado...

... "y yo solía ser tan bueno"...

... lo que hacen las mujeres: atrofiarlo a uno,
corromperlo a uno,
ponerlo a uno contra uno mismo.

Nadie escucha - no es que me queje -
es que simplemente
nadie escucha.

(Se abre el telón: desespero recurrente)

¿A dónde va Vicente?

Al final uno se queda solo
irremediablemente

uno se mete a su agujero,
se re-vuelve,
se pinta de hermitaño verde
y negro y blanco y azul.

Ahora, éste es el plan:

voy a sacarme los ojos,
así como se oye,
a meterme la mano
en la cuenca de los ojos
y extirparme la tripa seca
que tengo
como corazón, gris-oscuro,
mientras me clavo una daga en la espalda
recorriendo su camino con el ritmo
de medio ciento de pastillas en mi panza.

Ácido de batería en la sangre,
desenfreno, vísceras, carne descompuesta:
cero expresiones;

mucha imaginación: lección aprendida.

El atrevimiento - el arrojo,
eso es lo que nos falta a todos,
para meternos un tiro y mandarlo todo al carajo.

Siempre fui un suicida encubierto.

Confesión I

Quién soy
dentro de todo,
en la nada que me compone
en el frío que me define.

En toda ocasión: miedo,
en todo momento: dolor.

Vengo entre suplicios,
entre sistemas y corrupciones,
entre problemas financieros
y la oportunidad que nunca tuve.

Tantos suspiros,
tantos lamentos,
tanta ilusión desperdiciada.

Estoy triste,
me siento solo,
me siento desterrado,
me siento apartado...

estoy al descubierto.

Miedo renovado

Y yo que le decía "Madurá..."
y yo que le decía "Soltate..."
y yo que le decía "Dejala ir...".

Yo - ese - éste.

Lo acepto:
hoy tengo miedo de la evolución,
del cambio inesperado, del desorden,
de un holocausto progresivo,
del cáncer, del sustento, de la repetición.

"¿Y tu hermana?" - pregunto
"Se fue a Cancún..." - responde

Las decepciones se acumulan,
se pelean con la reciprocidad de las palabras,
con la reciprocidad del tiempo.

Yo propongo, nunca dispongo.

Hoy tengo miedo de los virus,
de las defensas caníbales,
de los riñones inflamados
de la próstata y sus persecuciones,
de la tos, de las hemorragias, de los desvelos,
de los proyectos programáticos y programables.

De las calificaciones acertadas: tengo miedo.

Tengo miedo de ustedes,
volcanes en erupción,
movimientos telúricos,
tazas de café,
letras sensatas...

... Dios.

Loop

Yo era inocente antes de conocerte,
era puro, sombra o fantasma,
lo más simple, básico,
lo que me funcione mejor de excusa.

Yo era esquina de los sueños,
tranquilidad: sonrisas.

Fui de viaje, al olvido, un par de años.

Volví en llamas.
Volví artefacto regenerativo.

Fui de visita, a la muerte, al suspiro.

Volví en llanto, volví en trámites funerarios.

Todo se acumuló bajo la almohada
gritándome entre sueños:
"nada cambiará el mundo, nada cambiará el mundo",
ni siquiera mi iniciativa, ni siquiera mi autoflagelamiento.

Voy caminando, voy despacio, voy saliendo.

La historia se repite,
o se repetirá
antes de tiempo.

Lo imposible

Si pudiera gustarme, algo más
algo más que tus rasgos
y tu pelo
y la idea circulándome,
encontrándose con mi reflejo.

Entre tus manos, entre tu risa,
entre tus talles mínimos
entre tus aires máximos
y tu belleza recabrona,
allí me alojaría,
me escondería un par de tiempos.

Oíme, mirame. Tragame.

Acariciame con tus dedos de algodón,
morena feliz, graciosa,
risueña: hermosa.

Sentime, acercate: abrazame a mí.

Veo a través del viento tus colochos,
tus lisos, tus enredaderas.

Si pudiera, patoja, ser algo más que una sombra,
si pudiera acaso ser nube o neblina,
y meterme en tus pulmones y recorrerte por dentro.

Si pudiera no haberte conocido,
no haberte visto mientras crecías
y desarrollabas toda esta mezcla de sabores,
de olores, de imágenes preciosas...

... mientras comprabas esos tus encantos,
que usás para desarmarme,
para hacerme tropezar con lo imposible.

Si pudiera niña, si pudiera,
no te dejaría vivir para contarla.

Conjunto de algo

Carlitos ve la luz tintineante de la candela, bailando al son de la música que entona el viento, delirante, como una cosita sin forma y borracha, como un espejismo de la noche de anoche, la noche en que todo pasó. Es aún de día, pero las velas se han venido encendiendo, más para dar calor que para alumbrar algo.

Son las 3 de la tarde y como casi todos los días, llega la desesperanza contoneándose con el rumor de la lluvia de afuera del edificio, lluvia perenne, producto de algún mal climático que va dejando sus efectos sobre el planeta, “… pero esa es una tragedia que no podemos evitar, porque no importa cuánto trate, y he tratado, pero las cosas cambian muy poco o rotundamente, pero para mal… lo mejor es ahogar las penas en guaro, bailar pegado con una de esos culitos que llevan aquellos y trasnochar con ellas lo suficiente para no darme cuenta cuando todo esto se vaya mucho a la mierda. Aquí nadie se va a salvar y no hay nadie que pueda ni quiera salvarnos…”. Manuel ve su reloj: no hay salida.

Son las tres y cinco, María carga la canasta llena de trastes sucios producto del almuerzo de los 30 ejecutivos acomodados y prácticamente inútiles hasta para levantar su basura post-tiempo-de-comida. Abre la llave y en el instante siente que mil agujas se incrustan en sus manos: el agua está helada.

Son las tres y diez, el tiempo avanza despacio, Carlitos sigue viendo la vela… la llama danzante, la llama errante, quemándose viva. Tres y cuarto.

Manuel ansía las cinco, las cinco en punto, la hora en que se derrumban las paredes ante la estampida de la gente que sale da las oficinas, sus cuates principalmente. Cinco en punto: marcaje de salida y luego, mesa servida, cubetazo consumido, panzas llenas, hinchadas, meadera loca.

María echa el agua en la percoladora, las 10 cucharadas de café, enciende la máquina y casi al instante empieza el sonido del vapor rabioso. Sirve las 5 tazas de café para los gerentes, saca 10 galletitas de la caja en la alacena. Cierra los ojos. Suspira, se agacha para recoger la bandeja. Coloca las 5 tazas y sus dos galletitas por taza sobre “porcelanas” baratas, todas las tacitas toman su lugar en la bandeja. Sale de la cocina. Regresa: olvidó el tarrito de azúcar.

María es la mamá de Carlitos. Carlitos tiene 16 años y mientras su mamá trabaja, él regresa del colegio a su humilde y pobretona casa o “imagen decadente de fierros, pedazos de madera y lámina”, lo que sea más fácil de imaginar. Regresa y se sienta a hacer sus tareas y a esperar. Carlitos tiene miedo siempre, no tiene amigos visibles, trata de ser correcto. Anoche no le funcionó. Carlitos dejó embarazada a la Martita, su novia del colegio que creyó que la imagen sumisa de Carlitos, su imagen de rechazado social, su planta de perfecto idiota era linda.

Carlitos aún no trabaja, aún no tiene nombre, es como si Carlitos fuera un calificativo más bien, para recordarle que aún es un niño. Carlitos es otro de esos idiotas que abundan por estos rumbos, producto de papás que reviven su historia de pubertos embarazados, de adolescentes casados y divorciados al poco tiempo; otro de esos a los que no les contaron, que no sabe, que no entiende sobre las implicaciones del sexo, lo único que sabe es que se dio una revolcada de pronóstico en el monte ayer en la noche, que hizo gemir y llorar a la Martita que dentro de un mes estará dándole la noticia, que dentro de mes y una semana estará en alguna clínica de algún autodenominado doctor, señor maniático y obsesivo sexual, que le arrancará un trozo de alma del vientre para tirarlo a la basura. Martita no tiene trabajo ni dinero tampoco, su tío, el Machete, marero de profesión, sí. Y mientras todo se desarrolla en el vientre de Martita, el embarazo y la posterior infección, María, la mamá de Carlitos, se revolcará unas cinco veces por semana con el tal Manuel, a escondidas, en el baño, después de las cinco.

Pero, en lo que las náuseas, la falta de menstruación evidente y los antojos llegan, Martita caminará como siempre hasta su casa, bajando la lomita detrás de su escuela, donde verá como siempre en una esquina a su tío el Machete, recibiendo un par de pagos de algún extorsionador comemierda que asesinó a un camionetero en la zona 6, mientras todos ansiábamos salir corriendo de la oficina, antes que la lluvia inundara la ciudad por completo. La llamita seguirá bailando su danza satánica, acompañando a Carlitos, que todavía se encerrará tras láminas y paredes hechas de anuncios de cantinas, a hacer su tarea, a seguir siendo correcto y su mamá, María, llevará la respectiva tacita de café a Manuel que le observará el trasero mientras habla con alguien sobre a dónde irán a emborracharse esta noche.

Estos días

Me gustan estos días
entre tu pelo, entre tus dedos
entre tus uñas.

Días de frío vegetal,
de rocío intermitente,
de brisa lejana, de sonidos borrosos,

de golpes mortales.

Al doctor...

Gracias Doctor, la verdad siempre fue algo difícil para mí si quiera imaginarme frente a alguien contándole mi vida... siempre me he considerado una persona, cómo decirle, pues, socialmente "recatada". Siento que todo ha bajado de volumen últimamente, como si las cosas que solían tener importancia han bajado de nivel, como si se hubieran reordenado mis prioridades. No sé. Creo por momentos que estoy deprimido, pero por momentos siento también que simplemente soy un haraganote, despreocupado y mediocre que no está interesado en hacer algo de su vida. Y es que al final, ¿para qué hacer algo?...

Tengo ganas por ratitos de irme a meter al closet cerrar la puerta y dejar simplemente de preocuparme. Es que siento que es así de simple: soy una isla, una isla que se toma 20 tazas de café al día y que no respeta su cuerpo, que trasnocha, pero hasta para trasnochar es estúpido y mediocre porque nunca es parrandeando, simplemente ha sido preocupándome. Preocupándome de que la gente no crea que yo quiero ser alguien... óigame bien, que NO crean que quiero ser alguien y generalmente le doy más prioridad a la gente que no me toma en serio que a la gente que cree en mí. Le soy sincero, nunca pretendí eso. Me refiero a eso de que la gente crea en mí, aunque lo consideré por algunos años importante. Creo que tantos años recibiendo buenos comentarios sobre lo que la gente veía en mí, me creó mala fama... no me malinterprete, nunca he querido ser malo, es sólo que nunca me ha importado menos que ahora. Lo más difícil es el tener que cargar con las palabras de la gente cuestionándome, leyéndome buscándome faltas, empecinada en descubrir mis fallos, cuando nunca pretendí ser perfecto... aunque un par de veces me cruzó por la cabeza tragarme esa idea.

Entiendo si se quiere reír, pero es simplemente que ya no me importa. Ya no me importa sonar ni que me vean: ya no me importa. El problema es que la gente así lo ve, como si me importara, como si esas fueran mis intenciones. Finalmente terminan con la idea de mí como un gran mediocre, farsante, mentiroso e impuntual. Un gran jinete de las palabras y un mal amigo.

¿Tiene algo de malo esto... que la gente no me importe?. Por mucho tiempo quise una sonrisa, una mirada, un gesto amable que me permitiera entrarme de lleno ya, de una vez por todas. Creo que uno de mis más grandes descubrimientos fue realizar el hecho de que la gente siempre tiene algo que decir acerca de mí, como si realmente me conociera, como si tuviera algún tipo de dominio total sobre una clase que lleva mi nombre, que me estudia a mí, que me mide a mí, que habla sobre mí. Como si yo fuera especial, que de hecho debo decir que sí lo soy. No me considero parte de algo y quizás ese es uno de los problemas. Me dicen que qué mal que no me preocupe la situación y qué mal que la gente me quiera y que no tenga el amor a su medida para devolverles el favor de que me quieran. Me dicen que está mal que crea en algo y que no crea en ellos cuando ellos creen en mí, me dicen que está mal respetarme como soy, pienso y siento. Me dicen que le pegue un tiro a mi consciencia, que me relaje y que me vaya pacíficamente con la corriente. ¡Qué calamidad!

Yo honestamente, no me considero el peor de los malos, aunque por momentos me creyera el papel. Llámadas perdidas, correos sin contestar, promesas vacías, tratos incompletos, intenciones ocultas y apretones de manos, todo al servicio de mi crítica. La gente no quiere mis razones: a la gente sólo le importa tener un motivo para ser feliz, para vivir, para entender que su mera existencia es un milagro.

Permítame un segundo... voy por un vasito de agua pura... esta transferencia de ideas me sobrecargó la memoria.

Minotauro

Ayer por la tarde sucedió lo que tanto había temido: se materializó el pequeño demonio que llevaba escondido en la guantera del carro. De imagen mental a toro, un toro corpulento, inmenso, peludo, apenas con forma, como una bola gigante de garabatos de niños de kinder, negro como la noche, como el carbón, como el miedo, como el color de lo inexistente.

Ayer pasó lo irremediable: se me apareció el toro mientras dormía, soñando con algún momento lujurioso o alguna estampida de hormonas en ebullición, a punto de convertirse en aire y esparcirse por el sexo de alguna fémina que no conozco.

El toro entró en mi cuarto mientras soñaba que tenía un sueño y que soñaba con los sueños de todo el mundo. El inmenso toro, el bucéfalo, arrastraba los testículos color malva emitiendo un sonido indescriptible. Eso fue lo que en principio me alertó: el sonar de sus testículos arrastrándose como ánimas por el suelo, como pequeños borrachines que van caminando lentamente, luego de la jerga y el exceso.

Escalofríos en la espalda, sudor en la frente, temblor en las manos, perplejidad en la mirada: yo con miedo.

El toro se sienta a mi lado, sobre sus huevos, se acerca a mi oído, escucho su chillido al respirar, su ronquido al respirar, el sonido de su saliva efervescente, de su baba crepitante, del infierno que lleva dentro. El torobuey (por su gran tamaño lo creo buey) habla, me cuenta una historia de amor, lentamente, detalle a detalle, mientras consumo las ganas sexuales inmerso en las carnes de la fémina ardiente.

El orgasmo se aproxima, entra al cuarto también, corriendo, con una prisa endiablada. La féminasinrostro se mueve de un lado a otro en una danza pagana, con locura desmedida, extraviada entre mis carnes. El orgasmo se me queda viendo, sonríe, salta y cae sobre mí. El torobuey se me cuela por el oído, se instala en mi cuerpo, cierro los ojos: todo ha pasado. He terminado el acto.

Desde hoy soy un Minotauro, un Minotauro llorón, un nostálgico empedernido, no el mítico ser cubista de Picasso, más bien un esférico y simple Minotauro que extraña, un Minotauro visiblemente humano, invisiblemente toro.

Juan Pérez cae

Juan Pérez sonrió todo el momento que duró la caída. Sonreía con los ojos bien apretados mientras caía de aquel puente elevado sobre un sin fin de rocas partidas por un mínimo río que corría lentamente mientras se perdía en la oscuridad del barranco que le sucedía. Mientras tanto una mirada atónita observaba con un grito fusilado en el interior, aquella escena escalofriante.

Ella le había ido a buscar a su casa unos minutos antes. Ella, la que presenciaba el salto y la caída y el resquebraje de huesos y desintegración de materia y pulverización de existencia, en ese preciso momento regresaba desairada y con un amargo sentimiento a derrota, luego de no encontrarle en su casa. Volteó reaccionando al ver de repente una sombra haciéndose lentamente pequeña bajo el puente. Era él, era Juan. Juan Pérez.

Creía ver una visión, engañada por su mente. Creía que estaba soñando, pero difícilmente podía pegarse un pellizco porque todo su cuerpo se había petrificado, horrorizado por tan triste e inesperado suceso. Poco a poco el temblor nervioso empezó a hacer convulsionar el cuerpo de Renata y con el temblor, aquel grito que se había trabado en su garganta reinició su trayecto hacia las cuerdas vocales con miras a salir disparado para hacer vibrar a las partículas de aire en su trayecto y expulsar un lamento que se extendería a un par de kilómetros a la redonda perdiéndose luego en lo sombrío de la madrugada.

Golpecito de suerte

En el momento en que se dan las cosas, en que se encienden las llamas, todo tiende a desaparecer. Que otros vivan, que otros crean, que otros lloren y piensen y logren alcanzar sus sueños. A mí hay otras cosas que me interesan en lo personal, más que sentirme como todos quisieran sentirse. A mí me gustaba decir que la música de Viento En Contra era para huecos, porque como decía Mishell "había que mantener la imagen". ¿Qué imagen?, la de rockero, la de alternativo, la de loco o suicida o fundador de la legión de emos que inundan la ciudad. Qué más da: cualquier imagen que atentara contra lo políticamente correcto y contra lo establecido.

- Es que no me gusta esto sino todo lo contrario, porque en esto están todos.
Mírenme: yo, el otro, el que no es como los demás; el que oye rock, el que oye trip-hop, el que no sale a parrandear. Yo, el hermitaño amargado, el que no se pone bolo en las fiestas, el que no tiene pisto ni ganas. Hace tiempo perdí las ganas.
Me gusta tener momentos íntimos con mis ideas. Me siento a pensar, a reflexionar, a filosofar o cualquier otro verbo que trate de decir de forma interesante que simplemente me siento a pasar el tiempo.

Hoy veo las cosas de otra manera: que otros vivan.

Todos en algún momento creen conocerte, es que de hecho lo llegan a hacer: con tanto hablar y hablar sobre cómo sos diferente, es obvio que los demás se dan cuenta de tus caprichos y tus charadas. Con el tiempo, inclusive, llegan a creer que saben qué es lo mejor para vos.

Hoy veo a mi sombra hablando: sigue gritándole a todos que se acerquen a ver sus maravillas, sigue hablando de sus momentos en solitario y cómo los disfruta, de noche en noche, en bares perdidos, a todo el que puede... principalmente a mujeres.

Yo no tengo gracia ni luz propia, simplemente reflejo la luz que ustedes irradian. Que otros brillen porque a mí ya no me interesa.

En tu cabeza

Hacete
en tu cabeza
cualquier idea de mí
en tu cabeza
lo que sea, será
en tu cabeza
donde soy cualquier cosa
menos lo que soy
en realidad...

finalmente ¿qué es la realidad?
¿no es acaso
simplemente
la forma que toman las cosas

en tu cabeza?