Celeste

Existen escamas que aún no comprendo bajo mis ojos, algo que impide lamer de lleno la vista y vislumbrar todo aquello que quiero. Es necesario, según dicen, trabajar en la capacidad visual, ejercitarse los ojos, “visionar”…

Todos queremos llegar a algún lado, mientras más pronto mejor, live fast and die fast too… sin embargo nadie sabe a dónde, todos corremos en espiral descendiendo hacia el centro de todo o subiendo, elevándose al infinito: da igual. Nadie se ve, nadie se toca.

Yo creía haber despertado aquella vez, cuando logré finalmente darme una ducha sin sentirme culpable, sin ver reflejado en el azulejo de la pared, la cara de mi desgracia sonriendo vivazmente tras la masa dura de la resignación y el concreto que nos separa. Pero nada es lo que parece y si algo se le parece es totalmente distinto a lo que se creía cierto, es lo que uno aprende y entiende finalmente. Nada.

Y entonces suena el despertador: una voz resonando distorsionada tras la bocina estridente de mi teléfono celular… “A lo profundoooooo… y nooooo, no, no, no, no, nooooo… dígale que no a esa pelotaaaa…” - me estallan los tímpanos. Me incorporo, pies sobre el suelo, me restriego la cara como tratando de desdibujarme las penas que no me permiten descansar mientras duermo y acto seguido empiezo a deambular como zombie por la oscuridad de lo conocido.
Voy lento, a tientas y de repente inicia la carga de mi disco duro: mil millones de datos, números y letras, puntos, picas, pixeles, bits dispersos tomando forma de algo que no entiendo hasta que estoy frente a la regadera. Giro la perilla y el agua inicia su recorrido hacia el vacío. Esta mañana siento cada gota estrellarse contra mi cuerpo, como si mi piel contuviera el ataque de miles de moléculas kamikazes, apartándome del roce imperceptible y sublime de la realidad. Todo inicia labores dentro de mí, menos yo.

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