Confesión II

Siempre fui un suicida encubierto,
contemporáneo de los saltapuentes y los cortavenas,
perro lleno de rabia y deseos de guerra,
de olor a pólvora en los dientes:
corazón vacío
silencio pronunciado...

... "y yo solía ser tan bueno"...

... lo que hacen las mujeres: atrofiarlo a uno,
corromperlo a uno,
ponerlo a uno contra uno mismo.

Nadie escucha - no es que me queje -
es que simplemente
nadie escucha.

(Se abre el telón: desespero recurrente)

¿A dónde va Vicente?

Al final uno se queda solo
irremediablemente

uno se mete a su agujero,
se re-vuelve,
se pinta de hermitaño verde
y negro y blanco y azul.

Ahora, éste es el plan:

voy a sacarme los ojos,
así como se oye,
a meterme la mano
en la cuenca de los ojos
y extirparme la tripa seca
que tengo
como corazón, gris-oscuro,
mientras me clavo una daga en la espalda
recorriendo su camino con el ritmo
de medio ciento de pastillas en mi panza.

Ácido de batería en la sangre,
desenfreno, vísceras, carne descompuesta:
cero expresiones;

mucha imaginación: lección aprendida.

El atrevimiento - el arrojo,
eso es lo que nos falta a todos,
para meternos un tiro y mandarlo todo al carajo.

Siempre fui un suicida encubierto.

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