Marcel y Ale

Marcel y Ale, dos nombres escritos en una calcomanía en el "bomper" de un carro. Dos personas, dos sexos, dos conjuntos de huesos, carnes, dudas y mañas. Dos personas, dos mundos, sus mundos, dos formas totalmente distintas. Una pareja, novios, dos niños de 22 años.

A veces los imagino, sentados en la banqueta que pasa por el frente del edificio donde trabajan, donde se conocieron un día en el ascensor. Los imagino comiendo mientras se ven en silencio a momentos y sueñan con una realidad distinta en una Guatemala distinta. Comen y luego beben de la pajilla, mientras se miran nuevamente en silencio como si fuesen dos cómplices de algún secreto indescifrable. Luego se levantan, recogen el saldo basuresco de un almuerzo más de un día más de trabajo. Caminan, se toman de la mano, Marcel y Ale, los dos enamorados cercanos, coquetos el uno con el otro, relación fresca y encendida. Él la voltea a ver, ella siente la mirada de él sobre su cuello. Él camina idiotizado, dándose el lujo por ratitos de bajar la mirada hasta el escote, dando saltitos logra ver dentro dos lunas morenas y un lunar como alguna manzana de algún árbol de alguna historia bíblica que augura un futuro fatal: una verdadera tentación carnal.

Ella enciende un cigarro, justo en la entrada del edificio. Tiene 4 minutos a partir de ahora para terminarse el cigarro y ponerle el punto y final a su hora de almuerzo. Él se detiene, la jala y la abraza desde atrás terminando la acción colocando su cabeza sobre el hombro de ella. Ella inclina un poco la cabeza hacia adelante. Fuma, inhala, exhala, inhala descanso, exhala estrés, inhala ganas, exhala desencantos, inhala futuros, exhala pasados, inhala flores, exhala arañas. En resumen: fuma.

A todo esto, ninguna palabra pronunciada. De fondo, la ciudad como una gigante de cemento y asfalto pariendo maldiciones, negocios, dinero y uno que otro balazo.

Último jalón. Absorbe, chupa el contenido de aquel tubito de intoxicación de porción mentolada. Pasa volando un par de helicópteros sobre el edificio. Él abre los ojos, ella cierra la boca.

Marcel y Ale, novios suicidas, compartiendo camas de moteles, compartiendo sexo en las gradas del edificio del trabajo y la cocina de la casa de los abuelos. Novios de McDonald's y Cine los fines de semana. Cervezas cuando alcanza.

Los dos siguiendo un camino incierto, plagado de deudas y amor desquiciado, compañeros de respiraciones agitadas y besos convertidos en gemidos en el asiento de atrás del carro.

A veces me los imagino, oyendo a todo volumen algún disco de Bohemia Suburbana en la casa del otro mientras comen helado de limón. Mientras se acompañan el uno al otro como expulsados del mundo, refugiados en algún parque de la colonia mientras ella cae nuevamente en el acto tan sincero de fumar. Él guarda silencio y nuevamente la abraza por detrás, mientras ella expulsa un par de demonios dentro del humo fantasmal que se desliza por entre sus dientes y sus dos labios rosaditos.

Ella tan fría, él tan pendejo. Amor puro.

Marcel y Ale, dos nombres escritos en una calcomanía en el "bomper" de un carro.

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