Nostalgia II

Hay cosas que se guardan en cajas, en cajas de cartón, repositorios anteriores de zapatos o artilugios banales para adornar la vanidad, con un final poco predecible, terminan siendo pequeños cofres para tesoros que encierran en su simpleza los más grandes momentos de una vida.

Hay cosas que se guardan en las uñas, la piel de una vida pasada por ejemplo, el sudor de un momento desesperado, los despojos de la desolación y la frustración conjugada con un sentimiento superior al estrés.

Hay cosas que se guardan bajo la lengua, que se mueven bajo el océano de la lengua, bajo la ciudad de dientes y el cielo de la boca. Secretos de saliva, secretos de palabras susurradas, palabras dichas en el momento exacto en que tuvieron que ser dichas, sin más, cumplieron y corrieron a esconderse bajo ese músculo inexplicable: la lengua.

Hay cosas, por demás está decir, que se guardan en la nostalgia, en la parte fundamental del sentimiento, cosas que permanecen arraigadas en el tiempo, momentos, segundos, pequeñas partículas de tiempo, congeladas en ese instante recurrente que se autocrucifica en en el cerebro y se prende de todo lo que tiene sentido en la vida. El aire, el calor, la vida en sí, todo queda impregnado y no se van... lo sé yo: no se van...

Hay cosas que es peor tratar de olvidar, porque regresan al tratar de dejarlas estacionadas en la calle oscura del olvido. Regresan y con el tiempo, se hacen más pesadas.

Con el tiempo se hacen parte de todo, de las cajas de cartón, de las uñas, de la lengua, de la boca completa.... del corazón.

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