Ficción

Era un día nublado. Lo recuerdo bien porque las paredes de la Universidad se veían más grises que de costumbre y la gente que pasaba a mi lado mientras caminaba hacia la clase se veía en tonos azules y con menos expresiones por la falta de luz.

En el camino encendí un cigarro. No podía creer que lo primero que me había prometido que no iba a pasarme en la U me estaba pasando en el primer semestre de clases. En el camino me topé con Carlos. Caminamos un poco platicando de lo mulas que habíamos sido por perder la condenada clase de Mate por dejadotes y huevones. Si hubiéramos hecho alguna de las tareas mano. ¡Con una que hubiéramos hecho...! - me dijo Carlos mientras encendía su cigarro. Yo me quedé callado principalmente porque estaba en estado zombie por no haber podido dormir algo en toda la noche. 

Tan sólo el pensar que podía perder la maldita clase me mantuvo los ojos pelados toda la madrugada hasta que sonó el despertador entonando "Get Back" de los Beatles a todo volumen a eso de las 5:30 de la mañana. Get back Jo-Jo... - balbucié mientras me incorporaba para dejar la cama a un lado.

Mirá, igual, la mierda está así - le dije finalmente -  el asunto es que no podemos perder la clase. Tan fácil y simple como eso. Así que huevudo, entramos a esta clase, hacemos el fuckin' examen y nos vamos a tomar un café a algún lado. ¿Estamos? 

Acto seguido, los dos soltamos el filtro del cigarro moribundo, le pasamos encima dando el primer paso y entramos a la clase.

Como dije, era un día nublado y por las ventanas de la clase apenas si entraba algo de luz. Era la primera vez que podía escoger donde sentarme en esa clase porque siempre llegué tarde, así que repasé todas las opciones posibles con la mirada hasta que la silueta de alguien me hizo la parada al fondo de la clase. Era esa chava que miraba todos los días bajándose del carro de su mamá en el portón de la entrada de la Universidad. Muchas veces la seguí con la mirada mientras pasábamos a su lado en el trayecto hacia el parqueo para estudiantes, y me mantuvo siempre intrigado esa su forma de caminar tan inmune al mundo a su alrededor, tan serena, tan apartada, con la mirada siempre hacia abajo, con su bolsón morado en la espalda y el libro de Mate en su brazo derecho, el mismo libro que yo llevaba hoy bajo el brazo izquierdo y que me miraba burlándose de mí por tener que ir al examen de recuperación.

Empecé a caminar en dirección hacia ella por pura inercia y no me detuve hasta estar justo frente a ella. Ella levantó la mirada y dejó en paz los problemas que se extendían por toda la página del libro. Ahí lo supe: era ella... para siempre. Lo demás es historia.

Por estos días no he podido dejar de repasar ese momento en mi cabeza...

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