Nostalgia I

Es complicado eso de la guerra contra la memoria,
contra la existencia misma y la esperanza, el reptar del alma,
el masoquismo interior y las cuestiones existenciales.

Sembrar en la oscuridad del olvido,
pensar en la figura de lo que se ha marchado,
todo ese respirar constante del mismo humo,
del mismo gas tóxico que emana la nostalgia.

Quemar los ojos, quiero, quemar el suéter,
quiero, quemar, quemar las hojas, las cartas,
el correo electrónico que aún guarda evidencias
y el retrato intacto del vacío.

Quemar las ganas, el hambre, la necesidad de estar dolido,
de tener lo que se fue con las tardes de bachillerato,
con los inviernos de mis vacaciones adolescentes,
quemar las letras, escribir sobre mis suicidios calcinadores,
mis porciones de humo con filtro,
mis desvelos desproporcionados y mis desfases semanales.

Quiero quemar con una cubeta de llamas la incertidumbre,
la curiosidad y la duda, las canciones desoladas de Billy,
el melodrama escrito en papel reciclado, la intención corroída
y el desencanto de una mano entregada,
condenada irremediablemente a cadena perpetua.

Quiero saber sin saber lo que sabría si supiera lo que no sé.

Quiero desangrar este tormento a lo Poe y su cuervo de mierda.

Quiero querer no querer lo quiero
para querer lo que realmente quiero,
sin querer realmente más que eso que quiero.

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